miércoles, 16 de julio de 2008

Nuestro Vicino



En el Libro "Bomarzo" , Manuel Mujica Lainez, cita este cuadro diciendo que es el retrato de Pier Francesco Orsini (Vicino) Duque de Bomarzo, pero en realidad no lo es. supongo que en su viaje a Italia Manuel tambien vio este cuadro y decidió ponerle este rostro a nuestro Vicino.

El siguiente texto fue extraido de la página www.eluniversal.com

espero que les guste, habla del Pintor y el cuadro referido en el libro

DE LORENZO LOTTO, EL PINTOR QUE PARECIERA NO HABER EXISTIDO NUNCA

El joven de la Accademia de Venezia

Ni siquiera la muerte libró a Lorenzo Lotto del olvido y la indiferencia. La errancia y la soledad que acompañaran en vida al pintor veneciano, llamado "la flor más rara del Renacimiento", parecieran haber signado su obra: más de trescientos años sumida en el silencio. Sin embargo, una vez descubierta al espectador por Berenson, a través de una monografía publicada en 1895, no ha cesado de encontrar entusiasmados seguidores, como Marina Gasparini, quien queda atrapada en la mirada triste del joven, de nombre desconocido, cuyo retrato reposa en la Gallerie dell’Accademia de Venezia

Con la llegada del otoño Venezia recupera su intimidad. Los cielos blancos, el acqua alta y la llovizna persistente, nos sumergen en una ciudad que se repliega sobre sí misma. Con el verano todavía a las espaldas y la neblina en el horizonte, vemos cómo la nueva estación comienza a hacer su entrada. El día se hace más corto y la luz menos hiriente. La niebla arropa a la Serenissima cubriéndola de un vaporoso manto blanco mientras la cadencia repetida de las sirenas señalan que es necesario escucharlas para ver. Sin prisa, Venezia se viste de invierno. Los primeros fríos vacían la plaza, y en la soledad otoñal de la ciudad dormida, las campanas de San Marco dan la medianoche. Una mirada me acompaña. Los ojos son los del muchacho triste de Lorenzo Lotto.

En la Gallerie dell’Accademia de Venezia el joven de Lotto interrumpe su lectura. Algo le hace levantar la mirada del libro que tiene entre las manos. Sus ojos están dirigidos a nosotros, pero no nos ven. Desde un lugar de Venezia, un joven de tez pálida parece recordar los tiempos en que la rosa florecía. Lorenzo Lotto, quien fuera llamado por uno de sus contemporáneos "la flor más rara del Renacimiento", nos ve desde los ojos de este muchacho. De la rosa, queda el recuerdo de su belleza. En el presente, los pétalos ocupan el primer plano del cuadro.

Hay quienes consideran a Lorenzo Lotto uno de los pintores más complejos del Renacimiento. Su vida solitaria, melancólica y en permanente mudanza contribuyó con esa complejidad. Así, él le imprime a su pintura la extrañeza que ofrece mirar el mundo desde una sostenida errancia y una prolongada soledad. Si en vida nadie dijo una palabra que lo enalteciera, después de su muerte, sólo el silencio y
la ingratitud hablaron de él. Olvido e indiferencia lo acompañaron por más de trescientos años. Y es a Bernard Berenson a quien le debemos el descubrimiento del pintor veneciano. La palabra es la justa. En su monografía sobre Lotto, publicada en 1895, Berenson nos descubrió el arte de este pintor que pareciera no haber existido nunca.

Lorenzo Lotto nació en Venezia alrededor de 1480. Es aproximadamente tres años menor que Giorgione y alrededor de diez años mayor que Tiziano. Pero mientras estos dos llegaron a la Serenissima para encontrar en ella acogida y residencia, del veneciano sabemos que para 1498 se encontraba ya en Treviso. Bergamo, Ancona, Recanati y Roma son algunas de las ciudades en las que vive. En 1525 y en 1540 regresa a su ciudad natal. Y en ambas oportunidades, la abandona con un profundo desencanto. La primera vez prolongó su estadía por siete años; en la segunda, sólo un par de ellos fueron necesarios para emprender la huida y la renuncia que tanto conocía. Dicen que era difícil relacionarse con él, sin duda ha debido serlo. Tanto, que encuentra desahogo y compañía en una especie de diario que escribe entre 1538 y 1553. El Libro di spese diverse es un documento que no sólo nos revela sus modestos gastos y precarios ingresos, ante todo y sobre todo, en estas páginas retrata su época y encuentra en este cuaderno el lienzo más fino sobre el cual dejar testimonio de su vida y alma atormentada. Muere en Loreto, según dicen, a finales de 1556 o a principios de 1557. Lorenzo Lotto abandona esta vida de la misma forma como llegó a ella. Nace y muere en fecha imprecisa. No será un día determinado del año que llevaremos flores a su lápida.

Los retratos de Lorenzo Lotto han sido comparados reiteradamente con los de Tiziano. A pesar de la contemporaneidad, de tener conocidos comunes como Aretino y haberse topado eventualmente en Venezia, no es fácil encontrar puntos de referencia para establecer esa afinidad. Lotto retrata personajes que no pertenecen al poder y a la nobleza de los retratados por Tiziano. Y mientras Tiziano pinta la arrogancia y la satisfacción personal de los poderosos, Lotto retrata las inseguridades y el desconcierto del hombre. Los personajes de Lotto no hacen la historia; ellos tienen suficiente con la suya propia.

Dicen que el joven de la Accademia de Venezia fue pintado en 1527. De él desconocemos casi todo. Principalmente su nombre. Algunos estudiosos afirman conocer la identidad del muchacho. Hay quienes aseguran que se llamaba Alessandro Cittolini. Otros sostienen que se trata de Vincenzo Frizier, joven gobernador del hospital de San Giovanni y Paolo en Venezia, pero también se declara que era uno de los Rovere de Treviso pues allí se encontró el retrato en 1920. Los diversos intentos por conocer el nombre del personaje parecen sólo haberle ofrecido discutidas identidades a quien la perdió hace mucho tiempo. Lotto y algunos de sus retratados comparten el olvido como destino. El joven de la Accademia perdió su nombre, pero no su mirada. Y recordamos que Leonardo, el de Vinci, apuntó que "el ojo es la ventana del alma". ¿Será por esto que se intenta descubrir la identidad de ese rostro? ¿Acaso conocer el nombre del muchacho sería la posibilidad de verlo a él sin vernos en él? Una mirada vale más que cien palabras juntas. Así dicen.

Por los ojos nos llega el desconcierto. Tanto, que es difícil no recordar cómo Malte Laurids Brigge entrenó su nueva visión. Para aprehender lo que veía, el personaje de Rilke describió y enumeró lo que tenía ante sí. La descripción hizo más amable y menos extraño el miedo que lo sofocaba. "He visto. He visto…", dice Malte. Y cómo no acordarse de las palabras de Panofsky cuando afirma que toda lectura iconográfica comienza con la descripción de la imagen. ¿Qué vemos? Esa es la pregunta que se nos deja en las manos. La respuesta está en nuestros ojos. Toda lectura de imágenes comienza por una mirada: la nuestra. Aprender a ver es contar de nuevo las historias que siempre se han narrado. Siempre las mismas. Siempre distintas. La diferencia entre ellas está en los ojos que ven; en el alma de quien cuenta. Ver es entrar en las imágenes y salir de ellas con las primeras

palabras de un cuento que escuchamos en el silencio de unos ojos sin brillo.

Todo rostro cuenta una historia. Y en el joven de la Accademia vemos retratada la ausencia que se ha hecho presente en el recuerdo del muchacho. A sus espaldas Lotto coloca la música y la poesía que proceden del laúd. Atrás lo perdido, como perdida está Eurídice para Orfeo. Atrás el azul y la claridad de un cielo que Lotto pone en correspondencia con el chal que desordenadamente está sobre la mesa. La luz y el verde de un paisaje de estación incierta contrastan con la oscuridad interior en que se encuentra el muchacho. Desde una habitación semioscura nos miran unos ojos tristes. En ellos vemos la serenidad que llega después de la desesperación. Al frente, el vacío de la inseguridad. Una inquieta tranquilidad se desprende de esta mirada detenida en un momento del pasado. Acompañando este instante, y en espera de ser observada, la lagartija levanta la cabeza buscando la atención del joven que no se ha percatado de su presencia. Ella es símbolo de transformación y de experiencias de vida en las que cambiar de piel o dejar la piel es expresión de su naturaleza. Muerte y renacimiento, metamorfosis y mudanza son maneras distintas de aludir a ella; un alma en búsqueda de un poco de luz. Una extraña relación se establece en este inquietante triángulo de miradas. Mientras la lagartija mira al muchacho, él mira hacia nosotros, y nosotros, detenemos la mirada sobre ambos. Los retratos de Lotto poseen una riqueza simbólica que dicen más del retratado que el mismo nombre que el tiempo se encargó de olvidar.

Lorenzo Lotto entra en la habitación del muchacho interrumpiendo su lectura. ¿Acaso entró sin ser anunciado? El joven levanta la vista del libro, mientras, sus dedos continúan hojeando las páginas del volumen abierto que tiene entre las manos. El retrato recuerda esas fotos tomadas para marcar un momento de la vida: entre un antes y un después, unos ojos que dejan entrever fragmentos sospechados de experiencias vividas. Entre lo que queda a las espaldas y lo que todavía no se ve con claridad, el retrato de una mirada y muchas incertidumbres.

La palidez del joven contrasta con la oscuridad que lo viste y rodea. Su rostro es tan blanco que parece de cera. Sin embargo, la expresividad de las facciones nos aleja de la mascarilla funeraria que dio origen al arte del retrato. En sus rasgos demacrados vemos la imagen de una nostalgia que vive en el recuerdo del amante. En los pétalos, la rosa que continúa viviendo después de muerta. "El decidido caer de los pétalos / suena en el borde de la chimenea como un tímido aplauso. / ¿Aplauden al tiempo, que tan tiernamente las mata? /… / Mira, las más encendidas se han ennegrecido, / y la palidez se apoderó de las más pálidas. /" (Rilke).

La luz del retrato no entra por la ventana que está a las espaldas del muchacho. Son los blancos los que le dan al cuadro una luminosidad fría, casi espectral, que profundiza el melancólico misterio del desconocido. Y es justamente en estos blancos que vemos el segundo triángulo dentro de la obra. En la base, la diagonal que va de las manos y los puños de la camisa blanca pasando por las páginas del libro abierto, en el vértice, la palidez del rostro del joven. El diálogo entre el libro y el rostro y la metáfora del rostro como libro es uno de los motivos clásicos de la tradición literaria: "Tu rostro, mi señor, es como un libro donde el hombre / puede leer extrañas cosas" (Shakespeare). El muchacho que lee es el mismo en el que nosotros leemos. En un lugar conocido de Venezia veo en unos ojos que llevo muy dentro de mí.

Marina Gasparini. Ensayista

2 comentarios:

Lis Clément dijo...

Gracias SinCorazón por este post!!!
Qué lindo hubiese sido que éste fuese realmente el retrato de Vicino.
Si queres pasá por mi facebook, tengo un montón de fotos de Bomarzo.
Un beso.

Sin Corazón dijo...

Lis, ayer pase por tu facebook, me encantaron las fotos, gracias por pasar por aqui y me alegro de que te haya gustado el retrato.
nos vemos.